20 de septiembre de 2013

Pendejos


I
Pendejos, una palabra que designa la falta de madurez, una palabra que aparece en boca de alguien que ha pasado o cree que ha pasado esa etapa. Pendejos, la película de Raúl Perrone, nos lleva a dar una vuelta sobre ruedas por el mundo de los pendejos, vuelta que a veces es luminosa pero otras se se transforma tren fantasma.
Pendejos es una película silente. No se escuchan voces, lo que no indica que no se diga nada. Esas voces, -mostradas a través de intertítulos- desarrollan historias íntimas, hasta absurdas y banales para quienes no somos pendejos. Quizá ese es el primer escollo que nos presenta la película, cómo hacer para pensar las vidas de estos chicos pero desde la nuestra.
Perrone nos propone una forma de entenderlas; entonces los primeros planos se hacen largos, morosos y dan tiempo  a que usemos bastante más que el sentido de la vista y del oído. Abre la puerta a un efecto de 3 pasos: la mera contemplación del plano, luego la contemplación del detalle y el tercer paso es la contemplación hacia dentro. Muchos dirán que los planos son demasiado largos pero se puede dudar de que se lograra el mismo efecto si no nos diera el tiempo para lograr lo más difícil: reflexionar, no hacia fuera, si no desde dentro.
En el mismo sentido, largas caminatas y viajes en skate nos muestran un vagabundeo, un vagar en círculo, sin principio ni fin, una circunferencia que quizá es la metáfora de una juventud que no puede, no la dejan y no quiere sentirse flecha hacia el futuro; que no tiene como valor la idea de progreso, porque nada o casi nada a su lado progresa. Un  mundo absurdo a nuestros ojos. Quizá un mundo que no queremos mirar porque en algo somos responsables.

II
El diseño de sonido de esta película es un trabajo de mezcla que se asemeja a un mix de música electrónica. Un lenguaje musical en apariencia amorfo en el que se entrelazan la cumbia, el reagge y la electrónica. Pinceladas de música de melodrama aparecen en determinados momentos, un leiv motiv que se presenta cuando los pendejos toman conciencia de la crisis en la que están. Pero esa conciencia es parcial porque enseguida comienza de nuevo  la mezcla de sonidos en donde todo vuelve a ser circular y cobra un sentido distinto.
En esa dirección, como un juego paralelo, la voz (los intertítulos) de los padres cobra ese tono melodramático, serio, más normal para nosotros que enseguida se rompe ante la incomunicación. “Tenés que ser responsable”, “querés ser un boludo toda tu vida”, “primero estudias y después tenés tiempo para hacer lo que querés hacer” frases que funcionan como marcas de una legalidad y como reglas de un juego que los pendejos no entienden, porque no lo juegan. Por eso "no tienen" voz.
La certeza de que estudiando se logra un futuro, de que hay que ser responsable, de que no se puede ser pendejo toda la vida: todas las certezas se cayeron, al menos las certezas anteriores. Todo otro universo de sentidos envuelve a los chicos y nada pueden ni quieren quizá hacer para comunicarlo. Sin embargo, el mundo adulto, el que se supone maduro, nada hace ni puede hacer para achicar la brecha de comunicación.
III

Perrone elige mostrar a los chicos como mártires, unos mártires de esta época. Los chicos mueren, los matan, se matan, matan. Pero nada de sus sacrificios redunda en revolución. En Juana de Arco de Dreyer, Juana dice que la muerte es la última forma de revolución: estos pendejos mueren, pero ni siquiera pueden elegirlo. Disparos policiales, accidentes, excesos. Sacrificios sin recompensa. La plaza se vacía, se hace de noche, el último pendejo se va con su skate. Amanece y aparecen otros, nuevos, más carne de cañón para que el círculo nunca termine, así como no conocemos como fue el principio.
Un pendejo toca su guitarra en su habitación despojada. Está sacando en la criolla Escalera al cielo, una épica canción de otros tiempos. Y esa épica se desdibuja para dar lugar a una metáfora: los pendejos se mueren; suben peldaño a peldaño la escalera al cielo y a pocos les importa.
El espacio de la contemplación que propone Perrone nos hace acordar del director filipino Apictchapong Weresaekatul. Nos da tiempo, deja que nos perdamos en las imágenes, que recorramos y que miremos dentro. Entonces pensamos que quizá lo incómodo no sólo es la duración del plano si no el abismo al que nos obliga a asomarnos.
Reminiscencias de Gus Van Sant, de Jim Jarmusch. Si, claro. Pero ¿desde cuándo hace películas Perrone? Desde hace mucho. Bien podríamos decir que aquellos directores tienen reminiscencias del trabajo de Perrone: o con más justicia podemos decir que hablan de lo mismo. De qué otra manera mostrar el vagabundeo, el sin sentido, la carrera sin una meta si no es con estos recursos. Seguramente se pueden elegir otros, pero eso es elección de cada director. 
Referencias a Dreyer, no sólo en los primeros planos de los pendejos como mártires y de los adultos como “malos” sino también en las sombras; recordando a Vampyr y el desdoblamiento de la sombra como metáfora de dualidad y de fantasma. Los pendejos son fantasmas, sus sombras se multiplican, se cruzan, y adquieren identidad separada de sus cuerpos. Todos son imágenes fantasmales.
Por otro lugar aparece Antonioni y Blow up, una forma de mostrar el sin sentido. El pendejo pelea por algo que no quiere, lo consigue y luego lo desecha; porque no es eso lo que lo conforma, porque no sabe que es lo que lo conforma. 
Sin embargo, y más allá de las citas, la película logra amalgamar es estos guiños para escaparse del mero homenaje y ponerlas en función de un nuevo discurso.

IV
Pendejos es una película larga, en un mundo (como antes fue en la música) en el que las películas deben durar hora y media. Y no es una película para todo público. Aunque ninguna película lo es. La vieja dicotomía entre gusto y calidad. Lo que no podemos decir es que Pendejos no es una mirada válida y necesaria.

Cuadro final, un pasillo en blanco y negro que cambia de texturas y poco a poco aparecen los espectros. "Acá siguen estando los fantasmas de los flacos que se murieron” dice un pendejo en la plaza y por el pasillo desfilan esas sombras, vidas así siempre incomprensibles a nuestros ojos de no pendejos, pero vidas complejas al fin. Y una reflexión final, un dejo de tristeza, una necesidad de redención para esos pendejos ni buenos ni malos. Y también un  llamado de atención para nosotros, que a veces poco hacemos para entenderlos.