21 de abril de 2011

Apichatpong Weerasethakul, que podía hacer películas como si fueran sueños


Creo recordar un texto de Christian Metz (y en este caso no importa si el recuerdo es real o no) en el que decía que el cine es algo así como un sueño controlado. Más allá de las coincidencias exactas entre esas dos materias, la película de Apichatpong Weerasethakul nos viene a confirmar algo de esos dichos. 

En esta película el pulso lo lleva la comtemplación. Pero no es una contemplación de imágenes frenéticas, a como a estética del videoclips nos tiene acostumbrados. Si bien posmoderna (fragmentada) contada con partes en la superficie inconexas, nos muestra una fragmentación morosa, remolona pero no lenta. Esta película es como una siesta de verano con sueño incluído. Porque en ella conviven sin sobresaltos la familia del Tío Boonmee, con el fantasma de su esposa, con su hijo que había desaparecido en la selva para volver convertido en hombre-mono (un hombre que se internó en la selva a contemplar animales y se mimetizó con ellos; quizá una inivtación a contemplar y mimetizarse con lo que vemos en pantalla) . El cine hecho tiempo.

El tío Boonmee tine esus riñones enfermos y sabe que sus días están contados. Entonces, como si fuera que podemos ver, sentir, evocar con él, pasamos por todas sus experiencias, sus vidas pasadas, sus temores pero también su trance de aceptar la muerte como algo inevitable. Para eso está Huay, el fantasma de su mujer quien le dice que los fantasmas no se apegan a lugares sino a personas" Y esta película es como uno de esos fantasmas; se nos apega, no quedamos indiferentes: ya sea que tengamos opinión negativa o positiva sobre ella. esta polémica es bienvenida en tiempos de cine masticado.

En su periplo, el Tío boonmee nos llevará de la mano por sus vidas pasadas pero sobre todo por el trance de la muerte, su propia muerte que también nos recuerda la nuestra, que en algún momento del futuro sobrevendrá. Y claro que el filipino no nos dice eso de manera directa. Aburrido sería si lo hiciera de esa forma. Los misterios de la vida no suelen ser tan directos.

Sin tomarse el trabajo de distinguir entre recuerdos, sueños, realidad o apariciones Apichatpong Weerasethakul son propone dejarnos llevar por las imágenes oníricas de la selva, de lo en apariencia absurdo. El contrato de lectura de esta película es claro: si el espectador busca narración lineal; principio, fin y moraleja; imagen frenética, mejor que vea las decenas de películas que hay en cartel: sin embargo, mal no vendría darle y darse una oportunidad a este cine. 

Los sueños son materia complicada. Un señor de apellido Freud nos lo explicó alguna vez. Cuando al despertar traducimos un sueño lo desfiguramos y las cosas nos parecen tan absurdas tamizadas por la conciencia que solemos olvidarlos, desecharlos. Hay quienes pensamos que es bueno volver a soñar, al menos un rato. Aunque el ruido de explosiones y persecusiones de autos de las salas de al lado nos saque vilmente de la ensoñación. 

Apichatpong Weerasethakul hace de su cine un sueño controlado pero ese control no es tiránico, su película fluye. Aparece de la misma manera que se va.  Lo valioso es tiempo transcurrido, la posibilidad de que en un plano se nos deje tiempo de perdernos en él, de pensar, de soñar.